QUE CREEMOS

I. LAS ESCRITURAS
Dios y la revelación
Nuestro Dios eterno, trascendente y todo glorioso, quien existe por siempre como
Padre, Hijo y Espíritu Santo, es, por su misma naturaleza, un ser comunicativo (Gn. 1:3;
Jn. 1:1; 17:5; Heb. 3:7). Él crea (Gn. 1; Sal. 33:9; 147:18; 148:5; Col. 1:15-17; Heb. 11:3) y
también gobierna (Sal. 29; Lam. 3:37-38; Isa. 46:8-11; Col. 1:15-17; Heb. 1:3) a través de
sus palabras, y se ha revelado bondadosamente a sí mismo (Deut. 29:29; 1 Sam. 3:21) a
la humanidad (Gén. 1:26; 2:15-17) con el fin de tener comunión con nosotros (Hech.
17:24-27). Él se ha revelado a sí mismo por medio de la creación y la providencia de
maneras que son claras para todas las personas, no dejando a nadie sin un testimonio
de sí mismo (Gén. 3:8-9; Sal. 19:1-6; Os. 2:20; Jn 10:14-15; Hch. 14:17; Rom. 1:19-21). Él
también se reveló a sí mismo a través de palabras específicas, para que pudiéramos
llegar a un conocimiento más pleno de su carácter y voluntad (Sal. 19:7-11), y aprender
lo que es necesario para la salvación y la vida (2Tim. 3:15-17; 2Ped. 1:3-4). A través del
recurso del lenguaje humano (Éx.32:16; Heb. 1:1-2), el cual es apropiado e idóneo para
la comunicación con aquellos que portan su imagen, Dios ha preservado en la Santa
Escritura la única revelación autoritativa y completa para toda la humanidad (Ap. 22:18-
19).

Revelación escrita – Las Sagradas Escrituras.
(La Biblia)
Creemos y enseñamos que toda Escritura fue inspirada por Dios. Cada autor fue
movido y dirigido por el Espíritu Santo (preservando sus personalidades y estilos
diferentes) para escribir la Palabra de Dios, de tal forma que quedaron plasmadas
libres de error en sus escritos originales (2 Ped. 1:20-21; 2 Tim. 3:16). Su inspiración es
considerada verbal, inerrante e infalible y es nuestra única autoridad en materia de fe y
práctica; sus verdades son absolutas y eternas (Mt. 24:35). Las Escrituras constituyen
el único estándar por el cual debemos medir todo lo que hacemos dentro y fuera de la
iglesia (Hch. 20:32; Heb. 4:12). Por esto afirmamos la idea de “Sola Scriptura”, como fue
proclamada por los reformadores.

Creemos y enseñamos que la Biblia contiene 66 libros, 39 pertenecen al Antiguo
Testamento y 27 al Nuevo Testamento, como ha sido reconocido desde la iglesia
primitiva.
Antiguo Testamento: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué,
Jueces, Rut, 1 Samuel, 2 Samuel, 1 Reyes, 2 Reyes, 1 Crónicas, 2 Crónicas, Esdras,
Nehemías, Ester, Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantares, Isaías, Jeremías,
Lamentaciones, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm,
Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías.
Nuevo Testamento: Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Hechos, Romanos, 1 Corintios, 2
Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2
Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1 Pedro, 2
Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan, Judas y Apocalipsis.

II. SOBRE DIOS
La naturaleza de Dios
a) El Dios trino
Existe un solo (Deut. 6:4; 1Cor. 8:4-5), Dios vivo y verdadero (Jer. 10:10; Jn. 17:3; 1Ts. 1:9),
quien es infinito en su ser (Ex. 3:14; Job 11:7-9), poder (Sal. 24:8; Mat. 19:26) y
perfecciones (Mat. 5:48). Dios es eterno (Sal. 90:2; Apoc. 1:8), independiente y
autosuficiente, tiene vida en sí mismo, sin necesidad de nadie ni de nada (Sal. 50:10-12;
102:25-27; Hech. 17:24-25). Él es espíritu (Jn. 4:24), trascendente e invisible (Rom. 1:20),
sin limitaciones ni imperfecciones (Sal. 18:30), inmutable (Mal. 3:6; Sant. 1:17) y está
presente en todo lugar con la plenitud de su ser (Jer. 23:23-24; Sal. 139:7-10). Su
conocimiento es exhaustivo, incluyendo todas las cosas reales y posibles, de tal modo
que nada —pasado, presente o futuro— está oculto a su vista (Is. 42:8; 1 Jn. 3:20). Dios
no está dividido en partes, sino que todo su ser incluye todos sus atributos: Él es
totalmente santo (Sal. 99:9; Ap. 15:4), amoroso (1 Jn. 4:8), sabio (Sal. 104:24; Rom. 16:27),
justo (Deut. 32:4; Rom. 3:25-26), bueno (Sal. 106:1; Luc. 18:19), misericordioso (Éx. 34:6;
2 Cor. 1:3), lleno de gracia (Sal. 103:8; 1 Ped. 5:10) y veraz (Sal. 12:6; Prov. 30:5; Tito 1:2).
Nuestro Dios es la fuente infinita de todo lo que es (Sal. 36:9; Jn. 5:26), quien creó todas
las cosas (Gén. 1:1; Sal. 33:6,9; Jn. 1:3), y todas las cosas existen por Él y para Él (Rom.
11:36; Col. 1:16). Él es supremamente poderoso para llevar a cabo toda su santa y
perfecta voluntad y gobierna sobre su creación con absoluto dominio (Sal. 115:3; 66:7),
justicia (Sal. 9:8; 36:6), sabiduría (Sal. 104:24; Rom. 16:27) y amor (Éx. 34:6; Sal. 119:64).
Por ser trascendente, Dios es incomprensible en su ser y en sus actos, sin embargo, se

revela a sí mismo de tal forma que nosotros lo podemos conocer verdadera y
personalmente (Sal. 145:3; 1 Cor. 2:10-12; Rom. 11:33; Col.1:10; Jer.9:23-24).

b) La Santa Trinidad
El único Dios verdadero existe eternamente como tres personas —Padre (Jn. 6:27; Tito
1:4), Hijo (Jn. 1:1; 8:58; Col. 2:9) y Espíritu Santo (Heb. 9:14; 1 Cor. 3:16; Hech. 5:3-4) —
infinitamente excelentes y todo gloriosas. Cada persona es completamente Dios,
comparte la misma deidad, atributos y naturaleza esencial y, sin embargo, hay un solo
Dios (Deut. 6:4; Is. 45:21-22). Cada persona es distinta, aunque Dios no está dividido en
tres partes, naturalezas o dioses por esta distinción. El Padre siempre ha existido como
Padre, la fuente no engendrada de toda vida (Rom. 11:36; Ef. 4:6). El Hijo siempre ha
existido como Hijo, eternamente engendrado del Padre, no creado y sin principio, de
una misma esencia con el Padre (Jn. 1:1-4; 10:30; Heb. 1:3,5). El Espíritu Santo siempre
ha existido como Espíritu, procediendo eternamente del Padre y del Hijo, y de una
misma esencia con ellos (Jn. 15:26; Gál. 4:6). La Deidad existe así en una perfecta
unidad, indivisible en cuanto a su naturaleza y substancia, pero como personas
inseparablemente distinguidas que disfrutan una plenitud de comunión y amor (Jn. 3:35;
14:31; 17:24).

– Dios el Padre, la primera Persona de la Trinidad, es el Gobernante y Creador
omnipotente del universo (Gén. 1:1-31; Sal. 146:6) y es soberano tanto en la
creación como en la redención (Rom. 11:36). Él hace lo que quiere (Sal. 115:3;
135:6) y nadie lo limita. Su soberanía no anula la responsabilidad del hombre (1
P. 1:17).
– Jesucristo, Dios Hijo, es coeterno con Dios Padre y Dios Espíritu Santo y, sin
embargo, eternamente engendrado del Padre. Él posee todos los atributos
divinos y es co-igual y consustancial al Padre (Jn. 10:30; 14:9). Jesús aseguró
nuestra redención al ofrecer voluntariamente su vida en la cruz. Su sacrificio fue
sustitutivo, propiciatorio y redentor (Jn.10:15; Rom. 3:24-25; 5:8; 1 P. 2:24; 1 Jn. 2:2).
Después de Su crucifixión, Jesús resucitó corporalmente (no meramente
espiritual o metafóricamente) de entre los muertos y, por lo tanto, demostró ser
Dios en carne humana (Mt. 28; Mr. 16; Lc. 24; Jn. 20-21; Hch. 1; 9; 1 Cor. 15).
– El Espíritu Santo es la tercera Persona del Dios Trino y, como lo es el Hijo,
coeterno y co-igual con el Padre. Él no es una “cosa” ni una “fuerza”; Él es una
persona. Tiene intelecto (1 Cor. 2:9-11), emociones (Ef. 4:30; Rom. 15:30), voluntad
o deseo (1 Cor. 12:7-11). Él habla (Hch. 8:26-29), ordena (Jn. 14:26), enseña y ora
(Rom. 8:26-28). Le mienten (Hch. 5:1-3), le blasfeman (Mt. 12:31-32),

le resisten  (Hch. 7:51) y le insultan (Heb. 10:28-29). Todas estas son características y
cualidades de una Persona. Aunque no es la misma Persona que Dios Padre, Él
es de la misma esencia y naturaleza. Él convence a los hombres de pecado, de
justicia y de la certeza del juicio a menos que se arrepientan (Jn. 16:7-11). Él
concede regeneración (Jn. 3:1-5; Tito 3:5-6) y arrepentimiento (Hch. 5:31; 11:18; 2
Tim. 2:23-25) a los elegidos. Él habita en cada creyente (Rom. 8:9; 1 Cor. 6:19-20),
intercede por cada creyente (Rom. 8:26) y sella a cada creyente por la eternidad
(Ef. 1:13-14).

c) Los dones del Espíritu
Cristo ama a la iglesia, su cuerpo, y provee para su salud y crecimiento a través del
Espíritu Santo (Jn. 16:4-15; Ef. 4:7-8,13-16; 5:25-27). Además de dar vida nueva, el
Espíritu soberanamente concede dones a cada creyente (1 Cor. 12:7,11). Los dones
espirituales son aquellas habilidades y expresiones del poder de Dios dadas por su
gracia para la gloria de Cristo y la edificación de la iglesia (1 Cor. 12:7; 14:26; Ef. 4:12). La
variedad de estos dones —algunos permanentes y otros ocasionales, algunos más
naturales y otros más extraordinarios— refleja (Rom. 12:6-8; 1 Cor. 12:4-11,28-30; 1 Ped.
4:10-11; Ef. 4:11-12) la diversidad de los miembros del cuerpo de Cristo (1 Cor. 12:21-26)
y demuestra nuestra necesidad de los unos por los otros (1 Cor. 14:1; 13:1-3; 14:33). Los
dones no se deben ejercer con temor, orgullo o desorden, sino con fe, amor y orden (1
Cor. 13:1-3; 14:1; 14:33), y siempre en sumisión a la autoridad de la Escritura como la
revelación final de Dios (1 Tes. 5:19-21; 1 Cor. 14:29; 2 Tim. 3:16; Ap. 22:18-19). Todos los
dones espirituales siguen en operación en la iglesia y son concedidos para el bien de la
iglesia y para su testimonio al mundo. Nosotros, por lo tanto, hemos de desearlos
ardientemente y de practicarlos hasta que Cristo regrese (1 Cor. 1:7; 12:31; 13:8-12;
14:1,12).

III. Sobre el hombre
Creemos y enseñamos que el hombre fue creado por Dios conforme a su imagen y
semejanza, “varón y hembra los creó” (Gén.1:27). Por lo cual, entendemos que la Biblia
enseña la existencia de estos dos géneros únicamente.
Creemos y enseñamos que, al ser el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, es
un ser espiritual, moral, racional, emocional y con voluntad propia. Esto capacita al
hombre para relacionarse con Dios y con los demás, para discernir el bien y el mal,

para razonar, para experimentar emociones y para decidir su curso de acción dentro de
los límites establecidos por Dios.
Creemos y enseñamos que el hombre está compuesto de dos partes: el cuerpo y el
espíritu (Gén. 2:7; Stg. 2:26). En múltiples pasajes de la Escritura la palabra alma y
espíritu se utilizan de manera indistinta (1 Cor. 5:5; Stgo. 5:20). Dios formó al hombre del
polvo de la tierra y sopló en él aliento de vida. Es por esta razón que el hombre está
llamado a glorificar al Señor con todo su ser (1 Cor. 6:20; Rom. 12:1).
Creemos y enseñamos que el hombre fue creado como representante de Dios en la
tierra, sirviendo entonces como regente de la creación (Gén. 1:28-30).
Creemos y enseñamos que Dios creó al hombre sin pecado, en libertad para escoger
entre el bien y el mal, pero el hombre pecó por decisión propia, manchando la imagen
de Dios y esclavizando su voluntad al pecado (Gén.3:6; 2 Tim. 2:25-26). Por tanto, el
hombre está destinado a condenación eterna a menos que sea redimido por gracia, por
la obra de Jesucristo y regenerado por el Espíritu Santo. (Rom.5:6; 8:7; 3:10-12; Jn. 6:44,
65; 15:5; Ef. 2:1-5; Col. 2:13; 1 Cor. 2:14; Tito 3:3-5).

Sobre la salvación del hombre
Creemos, afirmamos y enseñamos que la salvación es el acto mediante el cual Dios, a
través de su amor, misericordia y gracia, interviene de manera soberana dando a su
Hijo para librar al hombre pecador de Su ira y permitirle posteriormente disfrutar de Su
gloria y hasta llegar a ser coheredero con el Hijo de Dios. Esta salvación es otorgada
por gracia, a través de la fe en Cristo, para la gloria de Dios (Ef. 2:8-9; Gál. 2:21; Rom.
9:16; 11:6).
La fe que salva está depositada en la obra redentora de Cristo solamente: “Solo Cristo”.
Creemos que Jesús vivió una vida de perfecta obediencia y murió en sustitución
nuestra como el Cordero de Dios, resucitó como el Rey de Reyes y Señor de Señores,
obteniendo así el perdón de los pecados y la justificación para todos aquellos que
creen en su nombre (2 Tim. 1:9; 1 Ped. 2:24; 3:18; 1 Cor. 1:30; 15:3; 2 Cor. 5:4; Rom. 3:24-25;
4:25; 5:6; 8:34; 14:9).
Y aunque la salvación es una decisión divina, el hombre es responsable de sus
acciones, por lo cual dará cuenta a Dios por sus obras (Jn. 3:36; 2 Cor. 5:10; Stgo. 1:13-
14).

IV. LA IGLESIA DE CRISTO
La iglesia universal es la verdadera comunidad del pueblo de Dios que lo adora, la cual
se compone de todos los elegidos de todos los tiempos (Heb. 12:22-23; 2:12; Ef. 5:25; Ap.
21:2). A lo largo de la historia de la salvación, Dios por medio de su Palabra y de su
Espíritu ha estado llamando a personas pecaminosas de entre toda la raza humana
para crear una nueva humanidad redimida (Gén. 12:1-3; Éx. 6:7; 19:3-6; Dt. 4:10; Ef.
2:11-22; Col. 1:13), a quienes Cristo compró con su sangre (Hch.. 20:28; Ef 1:7; 5:25). Al
ser otorgado el Espíritu en Pentecostés (Hch. 2:1-4), el pueblo de Dios fue reconstituido
como su iglesia del nuevo pacto (Hch. 2:42-47), en continuidad con el pueblo de Dios
del antiguo pacto, pero ahora habiéndose consumado por la obra de Cristo (Jer. 31:31-
33; Rom. 11:25; Ef. 1:23; 2:13-22; 3:6; Heb. 8:8-10). Todos los miembros del pueblo de Dios
están unidos en un cuerpo (Ef. 4:4-6; 1 Cor. 12:12-27) — con Cristo como la cabeza
suprema, sustentadora e impartidora de vida (Col. 1:18; 2:19; Ef. 1:22-23; 4:15-16; 5:23) —
y apartados para posesión de Dios y para sus propósitos (1 Ped. 2:9-10; Lev. 19:2).

La iglesia local
Como una expresión de la iglesia universal de Cristo, la iglesia local es el punto focal
del plan de Dios para llevar a su pueblo a la madurez y para salvar pecadores (Ef. 3:10;
1 Tim. 3:15; Mt. 28:18-20). Por lo tanto, todos los cristianos han de integrarse como
miembros comprometidos a una iglesia local específica (Hch. 2:47; 1 Cor. 1:2; 1 Tes. 1:1).
Una iglesia auténtica se caracteriza por la predicación fiel de la Palabra (2 Tim. 2:15; 2
Tim. 4:1-2; Tito 1:9), la administración correcta de los sacramentos (Mt. 28:19; Hch. 2:38;
Rom. 6:3-4; Mt. 26:26-28; 1 Cor. 11:17-34) y el ejercicio apropiado de la disciplina de la
iglesia (Mt. 18:15-17; 1 Cor. 5:1-13). Aún las iglesias auténticas son imperfectas: a
menudo se encuentra en ellas una variedad de no creyentes ocultos entre el verdadero
rebaño (2 Tim 2:16-19; Hch. 20:29-30; 2 Tim. 4:10) y son vulnerables a errores teológicos
y fracasos morales (1 Cor. 3:1-3; 5:1; 1 Tim. 5:20; 2 Tim. 4:3-4; Ap. 2:5,14-16,20-23; 3:2-
3,15-19). Sin embargo, Cristo es firme en su compromiso de edificar su iglesia y con
toda certeza la llevará a la madurez (Mt. 16:18; Ef. 5:25-27; Ap. 19:7-9).

V. Sobre las ordenanzas
Creemos, afirmamos y enseñamos que la Iglesia ha recibido del Señor Jesus dos
ordenanzas que sirven como señal del Pacto de Gracia (Mt. 28:19; 1 Cor. 11:23). Estas
son: La Santa Cena y el Bautismo.

o La Santa Cena fue instituida por Jesús la noche antes de ser crucificado (Mt. 26:26-
30) para que fuese celebrada por creyentes bautizados por inmersión de manera
regular con una frecuencia determinada por cada iglesia local, y como un
recordatorio de lo que Él haría por nosotros al día siguiente en el Calvario (Lc.
22:19-20; 1 Cor. 11:26). Creemos que los elementos compartidos, el pan y el vino,
simbolizan el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo (1 Cor. 11:26-28; Mt.
26:29). Para la celebración de dicho recordatorio se siguen las pautas
establecidas en (1 Cor. 11:23-26).
o El Bautismo debe realizarse por inmersión, luego de haber creído en Cristo como
Señor y Salvador. Lo hacemos como una representación de nuestra unión con
Él, al morir al pecado y al resucitar a una nueva vida. Cada creyente debe ser
bautizado voluntariamente como testimonio público de su fe y no como vía de
salvación (Mt. 28:19; Ef. 2:8-9).


VI. El propósito y la misión de la iglesia
Como el cuerpo de Cristo, la iglesia existe para adorar a Dios (Col. 3:16; Ef. 5:18-20),
para edificar y llevar a la madurez a su pueblo (Ef. 4:12-13; Col. 1:28) y para dar
testimonio de Cristo y de su reino en todo el mundo (Mt. 28:19). Gobernada por la
Escritura, la iglesia se reúne para la enseñanza de la Palabra (2 Tim. 4:1-2; 1 Tim. 4:13;
Ef. 4:11-12), la oración (Hch. 2:42; 1 Tim. 2:1-2), los sacramentos (Rom. 6:3-4; 1 Cor. 11:17-
34), el canto congregacional (Col. 3:16; Ef. 5:18-20), la comunión y la edificación mutua
por medio del ejercicio de los dones espirituales (1 Cor. 12:7; 14:26; 1 Tes. 5:11; 1 Ped.
4:10). Así como el Padre envió a Jesús a este mundo, así Jesús ha enviado a su pueblo
al mundo en el poder del Espíritu (Jn. 17:18; 20:21; Lc. 24:44-49; Hch. 1:5-8). La misión de
la iglesia es hacer discípulos de todas las naciones, enseñándoles a guardar todo lo
que Cristo ha mandado (Mt. 28:18-20). Nosotros hacemos esto al proclamar su
evangelio, plantar iglesias y adornar la proclamación del evangelio por medio de
nuestro amor y buenas obras. Siempre habrá una asamblea de creyentes en la tierra
porque el Señor promete edificar, guiar y preservar a su iglesia hasta el fin del mundo
(Mt. 16:18). Cuando Cristo regrese, Él reunirá y perfeccionará a su iglesia, de cada
tribu, lengua y nación, como un pueblo de su exclusiva posesión, y habitará con ellos
para siempre (1 Tes. 4:16-17; 1 Jn 3:2; 1 Cor.. 15:51-52; 2 Cor. 5:1; Tito 2:13-14; Ap. 7:13-17;
19:6-9; 21:1-4).

VII. Sobre los últimos tiempos
Creemos y enseñamos que, el retorno de Cristo será personal, súbito, visible y en
cuerpo (Mt. 24:44; Hch. 1:11; 1 Tes. 4:16; 5:1-10; Heb. 9:28; Ap. 22:7, 12, 20).

Nadie conoce el día y la hora de la venida de nuestro Señor (Mt. 24:44; 25:1-13). El
creyente debe esperar con expectativa, gozo y entusiasmo el retorno de Cristo (Ap.
22:20; Tito 2:12-13; 1 Cor. 16:22).
Creemos y enseñamos que habrá una gran tribulación (Mr. 13:7-8, 19-20; Mt. 24:15, 21;
Lc. 21:20-24; Dn. 12:1), dónde veremos la aparición de falsos profetas (Mt. 24:23-24).
Habrá señales en los cielos (Mt. 24:29-30), el levantamiento de una gran apostasía (2
Tim. 3:1-5; Mt. 24:5,11) y la aparición del Anticristo (2 Tes. 2:1-10). Todo esto es solo el
comienzo de dolores (Mt. 24:3-9).
Creemos y enseñamos que la Iglesia será raptada para unirse al Señor en las nubes (1
Tes. 4:13-18; 1 Cor. 15:51-54).
Creemos y enseñamos que habrá un reino de mil años (Ap. 20:1-6; Is. 11:6-11; 65:20).
Que durante este período Satanás será atado; pasado este tiempo, será desatado y
congregará a multitudes de incrédulos para hacer guerra contra el Señor (Ap. 20:7-9).
En esta batalla final, Satanás será derrotado para siempre y arrojado al lago de fuego y
azufre, donde también estarán la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y
noche por los siglos de los siglos (Ap. 20:10).
(Hacemos la aclaración que la cronología de estos eventos sigue estando en discusión,
aun entre los mejores académicos.)

VIII. LA FAMILIA
Dios ha ordenado la familia como la institución fundamental de la sociedad humana.
Está compuesta por personas relacionadas entre sí por matrimonio, sangre o adopción.
El matrimonio es la unión solamente de un hombre y una mujer en un compromiso de
pacto para toda la vida. Es el don único de Dios para revelar la unión entre Cristo y su
iglesia y para proporcionar al hombre y a la mujer en el matrimonio el marco para el
compañerismo íntimo, el canal de expresión sexual según las normas bíblicas y los
medios para la procreación de la raza humana.
El esposo y la esposa tienen el mismo valor ante Dios, ya que ambos son creados a la
imagen de Dios. La relación matrimonial modela la manera en que Dios se relaciona
con su pueblo. Un esposo debe amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia. Él
tiene la responsabilidad dada por Dios de proveer para su familia, protegerla y guiarla.
Una esposa debe someterse graciosamente al liderazgo servicial de su esposo, así

como la iglesia se somete voluntariamente a la jefatura de Cristo. Ella, al ser a imagen
de Dios, al igual que su esposo, y por lo tanto igual a él, tiene la responsabilidad dada
por Dios de respetar a su esposo y servirle como ayudante en la administración del
hogar y la crianza de la próxima generación.
Los hijos, desde el momento de la concepción, son una bendición y una herencia del
Señor. Los padres deben demostrar a sus hijos el modelo de Dios para el matrimonio.
Los padres deben enseñar a sus hijos valores espirituales y morales y guiarlos,
mediante un ejemplo de estilo de vida coherente y una disciplina amorosa, a tomar
decisiones basadas en la verdad bíblica. Los hijos deben honrar y obedecer a sus
padres.
IX. Nuestro Texto
1 Pedro 2:9
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por
Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz

admirable”

X. Nuestro propósito.

Alcanzar la mayor cantidad de hombres, mujeres, jóvenes y niños para el Reino
de Cristo. Equiparlos para que puedan ser portadores de la gloria de Dios y de esa
manera ser una iglesia en continuo crecimiento, tanto física como espiritualmente,
haciendo la diferencia en el lugar donde Dios nos ha puesto.

AFILIACIÓN DENOMINACIONAL
Casa Portadores de Gloria de Orlando, Florida es un organismo autónomo de
creyentes. La iglesia coopera y tiene compañerismo con la Asociación Bautista de
Orlando (GOBA), la Convención Bautista de Florida y la Convención Bautista del Sur

Valores

– Solamente en Cristo hay Salvación (Hechos 4:11-12)
– En CPG cada persona es importante para Dios y por consiguiente para la familia
de Cristo que es la iglesia (1ª Corintios 3:16; Romanos 12;4-5; Hebreos 10:24-25)
– Somos un equipo, un cuerpo trabajando unidos bajo una misma visión y
propósito. (Salmo 133:1; Eclesiastés 4:9-12)
– Sin alterar el fundamento de nuestra fe, creemos en presentar a Cristo en
diferentes maneras usando para ello las artes creativas de manera que impacte
y transforme vidas. (Hechos 17:22-24)
– En esta casa cada miembro es un ministro que tienes dones y talentos para ser
desarrollados para el beneficio de la obra de Dios en la iglesia. (Efesios 2:10)
– Cada miembro debe comprometerse a su crecimiento espiritual y rendir cuentas
honestamente. (Hechos 2:44-47)
– Estamos persuadidos que la vida cristiana es un estilo de vida y como tal debe
ser reflejado en todo lo que hacemos y decimos. (Colosenses 3:17; Efesios 4:29)

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”

1 Pedro 2:9